La última vez que estuve de vacaciones viaje a conocer los pueblos de pasantado de mis amigos, conoci una que otra cantina nueva, me alcoholize hasta la inconciencia celebrando cumpleaños ajenos y le propuse matrimonio a mi hoy esposa.
Desde esas últimas vacaciones han pasado cantidad de cosas que me hacen pensar que he pasado a ser un señor, adios juventud alcoholizada y fiestera.
Me casé, un 25 de septiembre, feliz, nervioso, con un largo smoking y una esposa-to-be enfundada en un vestido de novia inspirado en una amante de Luis Miguel. Me casé e inexplicablemente sentí la fuerza de la unión de Dios, al momento en que el padre, tomando nuestras manos entrelazadas, decía que estabamos unidos hasta que la muerte nos separe. Fue un momento extraño, potente, inolvidable, hasta creo se me agüaron los ojos. Luego bebí una gran copa de vino consagrado y se terminó la ceremonia, sin el tradicional y hollywoodesco -puede besar a la novia-.
Me casé e hicimos fiesta, según yo una fiesta con mucho lujo para nuestras circunstancias, aunque luego recibimos muchos comentarios de -que fiesta tan modestita pero que buen ambiente tenían-. Bailamos y bebimos, cumplimos con todo tipo de ritual de boda desde la entrada con aplausos, el vals (un vals de Michael Bublé y uno nada acorde a la situación de Sanz), el pastel, el brindis, la tanda del billete y las sesiones interminables de fotos, con conocidos, familiares, desconocidos y amigos. Con las miradas extrañadas de los meseros, acostumbrados a que los nuevos esposos abandonen la fiesta en el lujoso carro adornado y por la puerta principal, nos subimos al Focus para llegar, por primera vez a casa, ella con las esquinas de su vestido pisadasy sucias de tantos pasos, la cola del mismo en la mano y yo exhausto. En casa dormimos poco y sucios por no haber podido prender el boiler partimos a nuestra honeymoon en Cancún.
La luna de miel, Cancún sol, arena, mar turquesa, un buffet interminable de comida mas o menos y una nueva esposa con una incipiente panza de embarazo que fue al principio dorada por el sol y luego completamente quemada.
En casa de vuelta a nuestra nueva realidad a vivir como casados, a pensar en que vamos a comer y hacer hotcakes por primera vez, abrir los regalos, hacer el aseo, entrar a esa rutina de señores, trabajo, aseo, como estuvo tu día, pelear por su interminable sed de novelas y mi adicción a los realitys de negras peleando.
Al tiempo que ibamos acostumbrándonos a nuestra nueva vida de marido y mujer, nos íbamos preparando para la llegada de la bebé, escogíamos colores de su cuarto, hacíamos listas de compras, le poníamos música estimulante con los audífonos del iPod pegados a la panza, le platicabamos y le sarandéabamos la cabeza a ese pequeño ser que, en aquellos tiempos, solo era bolita en aumento en la panza de su madre, a la cual veíamos por unos cuantos minutos, a blanco y negro una vez al mes. La panza crecía y la esposa se volvía mas lenta para deambular, chocaba con más cosas y dormía menos, le dolía la espalda y asistía a fiestas en su honor, o más bien, en honor a esa pequeña que llevaba dentro.
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Desde una solitaria farmacia similares
viernes, septiembre 4
by Cacahuate
Si otro hubiera sido el orden de los eventos no estaría yo aquí.
Estaría en un pueblo a unas dos horas de aquí, consultando de día, platicando por las tardes con la Sra. Juanita y Don Salomón, ensimismado de noche en espera del fin de semana. Ahora que lo pienso bien que bueno que no escogí ese camino, prefiero estar en la comodidad de mi ciudad aprendiendo a consultar de esta otra forma, la urbana, donde la gente acude exigiendo referencias a especialistas y manejos avanzados, donde puedo salir e irme a casa en carro sin tener que esquivar dos o tres áreas de ganado.
A mí, a nosotros, la vida nos jugó diferente, nos cambio los planes y nos vino a situar en esta ola de causas-efectos que no tienen fin, la vida siempre es así solo que uno no se percata hasta que aparecen efectos de enorme tamaño como los que estamos pasando ahorita.
Hace 4.5 meses o mejor dicho 20 semanas vino la primer causa, y yo/nosotros nos enteramos 7 semanas después, una tarde de domingo cualquiera luego de ir a misa a cumplir con nuestra rutina, con una prueba de embarazo casera, un montón de nervios en la mano y dos rayitas que iban adquiriendo color más oscuro al tiempo que Lily iba palideciendo. Luego de perseguirla durante una hora en lo que más o menos se iban aclarando las ideas, borrando un poco la niebla esa que aparece cuando las cosas nos golpean sin avisar, por fin pudimos sentarnos a platicar, de todo eso que nos espera, de el gran paquete que nos habiamos aventado al hombro aquella noche, una noche de esas en donde hay mucho amor y poca precaución.
Conforme fueron avanzando los días la balanza se iba volteando hacia la alegría y la dicha del hecho de que ibamos a ser padres, avisar a la familia, a los amigos, cruzar los dedos por una plaza en la ciudad, conseguir otro empleo, buscar donde vivir, si nos ibamos a casar o no, cuando, como, en donde, ese mar de preguntas que necesitan ser resueltas con prontitud y certeza.
Las consultas a los doctores, la búsqueda de nombres, las discusiones por la selección de los mismos, que más semejaban nombres de mascota que de futuros hijos, el lugar de la boda, el vestido, el smoking, los bizcochos y el pastel, todo ha entrado a la conversación diaria.
Faltan pocos días para ser ya una familia formal, quedan paredes por pintar, pisos por poner, cortinas por hacer, escoger un vals que no parezca polca de Drexler, una recámara económica que no este hecha de papel maché, una vida juntos por delante que aún no empieza.
Así que crucemos dedos, que continue este avanzar en la vida.
Estaría en un pueblo a unas dos horas de aquí, consultando de día, platicando por las tardes con la Sra. Juanita y Don Salomón, ensimismado de noche en espera del fin de semana. Ahora que lo pienso bien que bueno que no escogí ese camino, prefiero estar en la comodidad de mi ciudad aprendiendo a consultar de esta otra forma, la urbana, donde la gente acude exigiendo referencias a especialistas y manejos avanzados, donde puedo salir e irme a casa en carro sin tener que esquivar dos o tres áreas de ganado.
A mí, a nosotros, la vida nos jugó diferente, nos cambio los planes y nos vino a situar en esta ola de causas-efectos que no tienen fin, la vida siempre es así solo que uno no se percata hasta que aparecen efectos de enorme tamaño como los que estamos pasando ahorita.
Hace 4.5 meses o mejor dicho 20 semanas vino la primer causa, y yo/nosotros nos enteramos 7 semanas después, una tarde de domingo cualquiera luego de ir a misa a cumplir con nuestra rutina, con una prueba de embarazo casera, un montón de nervios en la mano y dos rayitas que iban adquiriendo color más oscuro al tiempo que Lily iba palideciendo. Luego de perseguirla durante una hora en lo que más o menos se iban aclarando las ideas, borrando un poco la niebla esa que aparece cuando las cosas nos golpean sin avisar, por fin pudimos sentarnos a platicar, de todo eso que nos espera, de el gran paquete que nos habiamos aventado al hombro aquella noche, una noche de esas en donde hay mucho amor y poca precaución.
Conforme fueron avanzando los días la balanza se iba volteando hacia la alegría y la dicha del hecho de que ibamos a ser padres, avisar a la familia, a los amigos, cruzar los dedos por una plaza en la ciudad, conseguir otro empleo, buscar donde vivir, si nos ibamos a casar o no, cuando, como, en donde, ese mar de preguntas que necesitan ser resueltas con prontitud y certeza.
Las consultas a los doctores, la búsqueda de nombres, las discusiones por la selección de los mismos, que más semejaban nombres de mascota que de futuros hijos, el lugar de la boda, el vestido, el smoking, los bizcochos y el pastel, todo ha entrado a la conversación diaria.
Faltan pocos días para ser ya una familia formal, quedan paredes por pintar, pisos por poner, cortinas por hacer, escoger un vals que no parezca polca de Drexler, una recámara económica que no este hecha de papel maché, una vida juntos por delante que aún no empieza.
Así que crucemos dedos, que continue este avanzar en la vida.
/ fusión / jorge drexler /
El tiempo vuela cuando uno se divierte
lunes, marzo 30
by Cacahuate

Corría el año de 2006...
Se han atravesado graduaciones, viajes, fiestas, conciertos, pinturas de Frida Kahlo, y paliacates semiemo. Besos, abrazos, peleas, discusiones y hasta cartelones en tiendas departamentales. Risas, sonrisas, bailes de pies izquierdos, y el infaltable baile del dedo. Una que otra boda, múltiples bares, el incansable uso de la palabra chavo y las infinitas llamadas que se pasan de los 5.00 minutos.
Tres años.
Quiero que nos llenemos de fotos de tu-yo que tengan de fondo los lugares, aventuras y experiencias que nos quedan.
lunes, agosto 11
by Cacahuate
Veintisiete tomas
martes, abril 10
by Cacahuate

Tengo un viaje entre los dedos y mil imágenes en la cabeza. Por momentos todo tan simple, completo, libre, tan ahumado, tan verde. Por momentos tu y yo sin nada más.
Tengo mil imágenes que se verán resumidas en veintisiete tomas de una cámara desechable. Veintisiete no fue suficiente para captar esa aventura. No tendré de donde imprimir tu cara al despertar ni tu cariño casi infantil que desespera al ver mi lentitud al comer. Tampoco habrá fotos de cuando estabamos sentados en la plaza tu con tus lentes al sol, yo con un café cargadísimo y el corazón acelerado, o de cuando desayunamos en un restaurant aquel chocoflan que anhelabas, ni de cuando con valentía prendías la resistencia y calentabas el agua, ni de aquella vez que subimos a la piedra más alta del mundo a hablar de Dios (que es lo que suele pasar cuando uno está tan cerca del cielo).
Podríamos haber tomado una serie de fotos-lo cual es imposible en este momento- en nuestra búsqueda interminable de huaraches del numero cuatro y siete que tuvieran suela café o negra, que no fuera color crema, con las correas de cuero obligatoriamente cafés. También hubiesemos podido captar aquél momento en el que jugamos con fuego, o cuando fuimos señores en carretera, o ese otro donde cedías a mis impulsos de gastar más dinero por pastas de dientes lujosas y vasos grandes.
Veintisiete fotos de una cámara desechable tampoco captarán en su totalidad la felicidad de la compañía de los amigos, de las carnes asadas en lugares paradisiacos, de los chiles con queso ni de las turbochelas, de las risas sin motivo, ni de aquella canción que dice algo así como reggeaton, mucho menos de la conglomeración en el carro, o de nuestros corajes por la basura, ni de las múltiples veces que nos perdimos, ni nuestras exploraciones nocturnas.
Todos esos momentos no estarán en fotos pero no te preocupes, los llevo en la cabeza bien marcados, se van sumando a todos esos tiempos que me has regalado, lo mejor es que para los que vendrán aún queda espacio.
Tengo mil imágenes que se verán resumidas en veintisiete tomas de una cámara desechable. Veintisiete no fue suficiente para captar esa aventura. No tendré de donde imprimir tu cara al despertar ni tu cariño casi infantil que desespera al ver mi lentitud al comer. Tampoco habrá fotos de cuando estabamos sentados en la plaza tu con tus lentes al sol, yo con un café cargadísimo y el corazón acelerado, o de cuando desayunamos en un restaurant aquel chocoflan que anhelabas, ni de cuando con valentía prendías la resistencia y calentabas el agua, ni de aquella vez que subimos a la piedra más alta del mundo a hablar de Dios (que es lo que suele pasar cuando uno está tan cerca del cielo).
Podríamos haber tomado una serie de fotos-lo cual es imposible en este momento- en nuestra búsqueda interminable de huaraches del numero cuatro y siete que tuvieran suela café o negra, que no fuera color crema, con las correas de cuero obligatoriamente cafés. También hubiesemos podido captar aquél momento en el que jugamos con fuego, o cuando fuimos señores en carretera, o ese otro donde cedías a mis impulsos de gastar más dinero por pastas de dientes lujosas y vasos grandes.
Veintisiete fotos de una cámara desechable tampoco captarán en su totalidad la felicidad de la compañía de los amigos, de las carnes asadas en lugares paradisiacos, de los chiles con queso ni de las turbochelas, de las risas sin motivo, ni de aquella canción que dice algo así como reggeaton, mucho menos de la conglomeración en el carro, o de nuestros corajes por la basura, ni de las múltiples veces que nos perdimos, ni nuestras exploraciones nocturnas.
Todos esos momentos no estarán en fotos pero no te preocupes, los llevo en la cabeza bien marcados, se van sumando a todos esos tiempos que me has regalado, lo mejor es que para los que vendrán aún queda espacio.
/ deja que salga la luna / jose alfredo jimenez /
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