Tenía planes de postear algo bien padre, pero no se me ocurre nada.

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the strokes - last nite

Yo sabía, yo sabía. Justo me lo debí de haber escrito con algún tipo de marcador permanente. "Si vas a Miranda! no llegues borracho". Se me atravesó una novatada y un cartón. Luego se acabó la novatada y a seguirla a casa de una colega, donde aparecieron unas caguamas. Luego ya sin deberla ni temerla llegué al Cubo a Mirandear borrachísimo. El concierto bien chingón, el grupo muy afeminado, la música bien chida, las letras simples pero bien escritas y yo, yo bien borracho.

No ya no despierto en un cuarto propio con piso de madera. No ya no paseo por Insurgentes. No ya no tomo el metro ni ando en camión. No ya no vivo entre políticos. No ya no ando en hospitales psiquiátricos. No ya no puedo ir a comprar libros piratas y baratijas a la calle. Ya no vivo en el DF.
Volví a esta ciudad de mucho calor, de pocos lugares verdes, de tráfico lento.
Volví a ver a Lili y casi que corrí aunque luego no me podía soltar.
Volví a la escuela. A emputarme por pendejadas, a ignorar y ser ignorado. A coquetear con el pesimismo. A la nueva rutina, seria, posiblemente sola. Volví a esa carrera que me gusta tanto y me aisla.

Falta poco y yo sin prisa. Por lo pronto ya me despedí del hospital, ese lugar grande, gris azulado, triste para unos, el hogar para otros, ese lugar que tiene un jardín donde puedes bailar y tomar el té, donde juegas basquet o deambulas con movimientos robóticos, donde puedes tirarte a llorar días, donde puedes gritar y reír sin motivo, donde fumas apurado, ese jardín que esta lleno te trágicas historias, de persecuciones, de insultos internos, de crisis, de vidas a medias. Ese lugar donde Cecilia no puede articular palabra, donde Martha no sabe quien es, donde Lidia llora y rie a la vez, donde Petra cree a ratos que soy su hijo, donde Ana Laura seguirá viviendo gran parte de su vida.

Me despedí de ese lugar donde aprendí tanto, donde cada paciente te enseñaba un poco de su no realidad, de su no vida, de su manera de pasar los días, de su tristeza. Ya me fuí va a ser raro que vuelva, yo quisiera no terminar en una especialidad así, no me imagino tras de puertas metálicas, de candados, no me imagino pero a veces me intriga tanto conocer la vida de esta gente que me da miedo terminar siendo psiquiatra.

El tiempo que queda lo pasaré revisando archivos, expedientes y haciendo apuntes, pero la experiencia de haber vivido dentro de un manicomio durante un mes, esa nadie me la va a quitar.

1.
Hay tres elevadores. El de enmedio se atora, ya me habían prevenido, los otros dos funcionan bien. Oprimo el boton de la flecha que apunta hacia abajo. Solo llega el de enmedio, pieso "si se atora, me espero, lo tengo todo controlado". Me dispongo a bajar, un piso, dos pisos, tres pisos, se detiene, no lo hace bruscamente, pero tampoco de la manera tradicional, se apagar la luz, empieza a hacer pequeños moviemientos como si se estuviera acomodando. Pienso "sabía que esto podría pasar no tengo por que asustarme" me asusto, busco con la luz del celular el botón de auxilio, lo oprimo varias veces y se abre la puerta. Salgo un poco acelerado y finjo que no estoy asustado.

2.
El metro va lleno. Voy acompañado platicando, todo tranquilo. Se detiene, es normal, se apagan las luces, no es normal, al menos para mí no lo es, parece que para toda la demás sí por que no se altera. Esperamos un buen rato luego vuelve todo a la normalidad. En la siguiente estación se sube mas gente, se vuelve a parar, se apagan las luces y todos a esperar. No hay motivos, pero experimento una ligera sensación de ansiedad que no comento.

No entiendo, no, no entiendo.

Hasta arriba de la pirámide hay una zona donde te recargas de energía. La gente lleva sus cuarzos, sus talismanes, péndulos y otros objetos a llenarlos de buenas vibras. Yo puse mi dedo índice durante un rato. Más tarde le rasqué, con mi dedo índice, a un boleto que me salió en unas Sabritas y me gané unos Rancheritos. Gracias Quetzalcoatl!.