La muerte y sus alrededores

viernes, septiembre 28 by Cacahuate
La recuerdo por primera vez a los 12 años en la cancha de futbol de la secundaria, un compañero cuyos padres eran allegados a los míos se había enterado de la muerte de mi abuela y me decía cuanto lo sentía. En su momento no lo entendía, mi padre se había ido de manera urgente al DF por que mi abuela estaba muy grave, luego supimos que murió y luego mi padre volvió un poco más serio que de costumbre. Desgraciadamente la conocí poco, tan poco como para sentir su verdaderamente su muerte.

Luego se presentó a los 14 años. En aquellos tiempos se hacían trabajos en equipo en las casas, así que mi hermano fue a recogerme a casa de una compañera sin previo aviso y antes de la hora pactada. Tito ya se murió - me dijo- al llegar a casa encontré a mi madre buscando que ponerse en su closet, llorando contenidamente, la abracé y le dije cuanto lo sentía.

No hubo más muertes hasta que entre al Internado. En los hospitales la gente muere todos los días, a veces hasta dos veces en un día. Vi morir mucha gente pero de esa época recuerdo pocas. Recuerdo haberme escondido de unos padres cuya hija acababa de fallecer, no los pude ver a la cara.

Durante esa etapa me tocó ver morir a mi abuela, llevarla al hospital y acompañarla hasta sus respiraciones agónicas. Tuvo varios momentos de lucidez, uno en el que contestaba con un "amén" a cada oración de sus santos óleos y ese momento de lucidez en la antesala, en el que su plática fue coherente y entendible. Me tocó observar su último suspiro, la lloré entre camillas de Urgencias con mi madre, la lloré entre pasillos del hospital mientras hacía su certificado de defunción. La lloré en su funeral, y en las visitas al panteón en los años siguientes.

Sentir la muerte en alguien cercano y observarla desde fuera es completamente diferente.

Una vez me tuve que decirle a un familiar que su esposa no iba a mejorar, que solo estabamos en espera de que dejara de funcionar su corazón. Había tenido una hemorragia cerebral y ya no había más que hacer. Era joven, previamente sana, madre de familia, esposa y compañera de vida de ese hombre a quien le daba informes.
Me miró y solo dijo - Esta bien doctor- acto seguido le beso tiernamente la frente, el dorso de ambas manos y cada uno de sus pies, se tomó su tiempo para hacerlo. No se por que no salí del cuarto, me impresionó esa acción. Luego se sentó y la acompaño a su lado cada uno de los días hasta que lo inevitable se presentó.  Era el amor de un hombre despidiéndose.

En otra ocasión tenía una paciente de al rededor de 40 años, su enfermedad hacía que sangrara por todos lados y por más que le transfundía sangre no había mejoría. Solo había mujeres en ese momento, sus hermanas, sus hijas y su madre. Les dije que era cuestión de horas para el final, que entraran y la acompañaran hasta que poco a poco se fuera apagando, tampoco había más que hacer. La noticia fue recibida con gritos en los pasillos, con llanto, con enojo y con el eterno cuestionamiento hacia el médico de que por que no le hacía algo más. Todo era desorden hasta que la menuda madre, una mujer de unos 70 años, con piel arrugada y falda larga pronunció un -Basta! Entremos y acompañémosla hasta el último momento- se hizo el silencio y siguiendo a la matriarca entraron al cuarto en fila a hacer la última compañía.

Pocos tenemos esta cercanía a la muerte. Pocos tenemos que dar la noticia. Pocos podemos observar las reacciones humanas que le rodean.

Muertes me faltan muchas ajenas y cercanas. Y falta la mía, espero que tarde muchos años en llegar. Cuando llegue quiero que se tomen el tiempo de besarme la frente, el dorso de las manos y los pies y acompañarme hasta que de mi último suspiro, si eso pasa es que fui buen hijo, esposo o padre.


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1 Comentarios:

adriana dijo...

You sir, made me cry.

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