Nunca creí que fuera a pasar mis vacaciones en un hospital psiquiátrico. Es impresionante ese hospital, tiene que tener puertas de fierro grandes, todas con llave, primero para entrar a cada área y luego para entrar a cada consultorio.
Los pacientes deambulan catatónicos, otros tantos se ríen de la nada, unos más mantienen un soliloquio constante e impenetrable, hay los agresivos, los tristes, los suicidas, los que no se explican por que estan ahí y los que ni cuenta se dan de donde estan.
El primer día me saqué completamente de onda, no tenía ni medía hora de estar ahí y ya un paciente desplegaba un ataque de ira, con golpes y patadas, ya que en un descuido nuestro lo dejamos salir y no quería regresar.
En el poco tiempo que he estado me he dado cuenta que la psiquiatría tiene un componente frustrante, el hecho de no poder remitir la enfermedad. El tratamiento se ve enfocado a que el paciente se de cuenta que es real y que no y aprenda a vivir con todo lo irreal que su mente construye.
Me ha tocado estar en consulta donde el doctor tiene que explicar al paciente que NO tiene poderes que lo hacen capaz de volar, que NO fue envenenado por medio de un gansito hace 10 años, que NO esta en este mundo para dar aviso a todos de que Dios le dijo que Satanás ya se había ido de este mundo y ahora solo restaba luchar con la muerte, que lo que ve, oye y percibe NO es real.
Es increíble la mente, es triste verla enferma, es más triste aún ver una vida truncada por una mente así.